Christina Rosenvinge presenta su último disco en la sala Joy Eslava de Madrid, el próximo 10 de diciembre, dentro del Ciclo Pop & Dance (organizado por Intromusica) y patrocinado por Coca-Cola Concerts Club.
Si aún no habéis tenido oportunidad de ver en directo a Christina, creo que ya va siendo hora de hacerlo. Durante su larga trayectoria artística, ha sido capaz de ir moldeando su forma de componer y transmitir mensajes, hasta crear una imagen muy propia. Con esto no quiero decir que sus discos suenan siempre igual, al contrario. Esa experiencia e independencia crea escenarios diferentes, como diferentes son las experiencias de Rosenvinge. Y quién mejor que ella misma para explicar en qué consiste su último trabajo, Lo nuestro (2015), y cómo se gestó:
Después de que se editara la caja recopilatoria Un caso sin resolver (Warner, 2011) la inercia parecía llevarme a ese momento en que los músicos se dedican a darse el gusto de regrabar sus clásicos (recoger la cosecha, lo llaman). Pero que quieren que les diga, mirar hacia atrás se me da muy mal. Si meto las manos en los bolsillos siempre encuentro nuevas semillas que mutan gracias a la experiencia y la curiosidad a partes iguales. Me es imposible negarme a tirarlas al aire a ver qué pasa. En seguida me puse a componer otra vez. Las canciones que sobrevivían a la criba las iba grabando en garage band. Pasaba tanto tiempo entretenida con la programación y los arreglos que eso se convirtió en una nueva forma de composición. Las circunstancias parecían alejarme del pop confesional y el formato semi-elec- trónico encajaba especialmente bien con la temática cuasi metafísica de las letras, que giraba alrededor de las múltiples crisis que crecían a mi alrededor amontonándose sobre mis pequeñas crisis personales, muy serias las primeras y muy cómicas las segundas. Escribir sobre la catastrófica actualidad sin caer en tópicos me parecía tarea imposible, pero después de varios intentos empecé a abordar cuestiones como la responsabilidad social (“Alguien tendrá la culpa”), la desigualdad de sexos (“La tejedora”), y estas me llevaron a otras cuestiones más complejas como la construcción de la identidad (“Lo que te falta” o “Segundo acto”) o la funcionalidad de dedicarse al arte (“La absoluta nada” o “Liquen”), a hacer algún recuento ligero de mi propia vida (“Romeo y los demás”), inquietarme mucho por el futuro y finalmente, a falta de recursos filosóficos más elevados, acabar llamando al tiempo “ese cabrón” y a la muerte “la muy puta” antes de refugiarme con un corte de mangas en la urgencia del cuerpo y la dictadura del presente con “Balada obscena”.
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