Julio de la Rosa inauguró, el pasado 17 de enero, el ciclo de conciertos Live the Room ofreciendo un magnífico encuentro en solitario con una sala Obbio hasta la bandera, llena de gente preparada para dejarse trastornar por este polifacético artista.
Estaba totalmente dispuesto a vivir una catarsis y dejarme vapulear sin contemplaciones por los versos certeros de Julio de la Rosa. Por falta de tiempo, fui con los deberes parcialmente hechos, ya que devoré hasta la saciedad cada una de las consignas que se reflejaban en Pequeños trastornos sin importancia (Ernie Records, 2013), pero no pude bucear lo que quisiera en la que comienza a ser ya una amplia discografía de este músico jerezano afincado en Madrid.
(Fotografía: Rafael Marchena) |
El frío de la noche y la lluvia intensa se quedaron en la puerta de la sala Obbio y allí, con el agradable encuentro con los miembros de Globalmusic 360º, me adentré preparado para disfrutar de una velada que se antojaba sorprendente. Y, realmente, lo fue.
Tal y como he comentado en más de una ocasión, siempre es digna de admiración cualquier persona que sea capaz de subirse a un escenario y plantarse solo delante del público, acompañado por una guitarra y nada más. Pero, lo que Julio desarrolló, fue algo más. Lejos del concepto clásico de concierto en acústico, blandió su guitarra eléctrica y, ayudado con un sampler, fue construyendo las melodías que servirían de fondo a las versiones más desnudas y desgarradas de temas como Colecciono sabotajes, Gigante, la sentimental Un corazón lleno de escombros o la visceral Maldiciones comunes, ésta última con un estribillo más que esperado y coreado por todos ("... y si escuece, ¡que te jodan!").
Por desgracia para mí, no aparecieron más joyas de sus Pequeños trastornos sin importancia, pero sus huecos fueron llenados por algunas piezas claves en la carrera de este artista, entre las que pude identificar Hasta que te hartes, Entresemana, Las camareras, El traje, Uno, y Sexy, sexy, sexy (La herida universal, 2010), Braile (M.O.S, 2004), La cama (El espectador, 2008), y El puente (Las leyes del equilibrio, 2005). Lo había conseguido. Julio de la Rosa hizo que todos nos encontrásemos muy a gusto dejándonos llevar por su grave voz y sus, a veces, nostálgicas melodías.
De hecho, creo que nos hizo olvidar lo llena que estaba la sala y pude comprobar, con mucho agrado, cómo el público se mantuvo en silencio en todo momento. Un respetuoso silencio que no estaba exento de tensión contenida y que tan sólo se rompía para ayudar tímidamente en los coros de los temas, o para reír con alguno de los gestos del artista que supo imponer su presencia desde el minuto uno. Por supuesto, no podían faltar las referencias a sus orígenes y por allí paseó El Hombre Burbuja con las versiones de Caprichosa, Pingüinos y koalas o la genial Kill the mosquito.
Así que, con toda la intención manipuladora del mundo, os recomiendo encarecidamente ir a verle en directo. Me queda una asignatura pendiente, y es verle con su banda. Los que tengáis oportunidad de hacerlo en su gira, por favor: ¡no os lo penséis ni un minuto!
Por desgracia para mí, no aparecieron más joyas de sus Pequeños trastornos sin importancia, pero sus huecos fueron llenados por algunas piezas claves en la carrera de este artista, entre las que pude identificar Hasta que te hartes, Entresemana, Las camareras, El traje, Uno, y Sexy, sexy, sexy (La herida universal, 2010), Braile (M.O.S, 2004), La cama (El espectador, 2008), y El puente (Las leyes del equilibrio, 2005). Lo había conseguido. Julio de la Rosa hizo que todos nos encontrásemos muy a gusto dejándonos llevar por su grave voz y sus, a veces, nostálgicas melodías.
De hecho, creo que nos hizo olvidar lo llena que estaba la sala y pude comprobar, con mucho agrado, cómo el público se mantuvo en silencio en todo momento. Un respetuoso silencio que no estaba exento de tensión contenida y que tan sólo se rompía para ayudar tímidamente en los coros de los temas, o para reír con alguno de los gestos del artista que supo imponer su presencia desde el minuto uno. Por supuesto, no podían faltar las referencias a sus orígenes y por allí paseó El Hombre Burbuja con las versiones de Caprichosa, Pingüinos y koalas o la genial Kill the mosquito.
Así que, con toda la intención manipuladora del mundo, os recomiendo encarecidamente ir a verle en directo. Me queda una asignatura pendiente, y es verle con su banda. Los que tengáis oportunidad de hacerlo en su gira, por favor: ¡no os lo penséis ni un minuto!
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