En ocho años de vida, The Doors pusieron una semilla fuerte que devino en un robusto tronco que nadie ha sabido derribar en décadas, hasta nuestros días. Ni siquiera el hecho de que sus miembros vayan desapareciendo ensombrece la grandeza adquirida por uno de los grupos más carismáticos e influyentes del rock mundial.
El pasado 20 de mayo se cerraba otra de las puertas del cuarteto original. Raymond Daniel Manczarek fallecía a los setenta y cuatro años por culpa de un cáncer hepático. Se merece toda nuestra consideración y respeto y, por ello, vamos a recordarle. Comencemos por el principio de todo, cuando Ray estaba estudiando en la Universidad californiana de Los Angeles y descubrió a un desasosegado muchacho que recitaba poemas de su creación, destilando tener un espíritu torturado a través de los versos que aparecían. Ray pensó en unir aquellas poesías con la música que surgiera de sus dedos y propuso a Jim Morrison la locura. El proyecto se completó con la inclusión de John Densmore y Robbie Krieger, utilizando uno de los versos de un poeta romántico británico, William Blake, para bautizar el que sería con diferencia uno de los grupos de rock de gran calado e influencia mediática a lo largo de los años: The Doors.
La historia de Ray no sólo se centra en el corto, pero intenso, período de vida de la formación al completo, sino también en la perdurabilidad del recuerdo grabado a fuego e imborrable de las composiciones que les hicieron inmortales. Continuó, junto con Krieger, llevando las música de The Doors por todos lados, aunque no pudiendo enarbolar el nombre original de la banda por cuestiones legales.
Todos los temas poseían algo hipnótico. Cuando no era la voz aguardentosa de Morrison que se dejaba arrastrar por entre la partitura de forma totalmente libre, era la guitarra de Krieger que progresaba apoderándose de tu oído casi sin darte cuenta, o la batería de Densmore que participaba activamente de los desarrollos casi psicotrópicos del resto de componentes. Pero, si hay un instrumento que verdadeamente plasmaba un sonido característico y psicodélico era el teclado de Ray Manczarek. En muchos medios de comunicación se ha recordado, y hecho hincapié, en el hecho de que la banda no poseía bajo, característica diferencial del cuarteto, pero de esas cuestiones se encargaba magistralmente Ray con su teclado. No hacía falta bajista.
Eran años explosivos, en los que se vivía de manera intensa y deprisa, probando de todo y de todos. Hay un documento gráfico que,a mi modo de ver, dramatiza bastante bien lo que se tuvo que sentir en aquella época, viéndolo bajo los ojos de un auténtico admirador de la formación californiana, como es Oliver Stone. Estoy hablando de la película que el director realizó sobre la vida y milagros de The Doors, centrada como no podía ser de otra forma en la auténtica figura, histriónica a ratos, del inconmensurable Jim Morrison. Pero no olvidemos que el resto de compañeros estuvieron ahí, en lo bueno y en las muchas malas situaciones vividas. Quizás de los personajes que pasan más discretamente por delante de la biografía es precisamente Ray Manczarek, profundamente profesional, músico buscador y muy seguro de cuál era el camino que se debía seguir.
Con The Doors, alcanzó el cielo y el infierno. Ahora, somos nosotros los que, una vez más, nos hemos quedado algo más huérfanos al irse una parte importantísima de la historia musical, e incluso personal, de más de uno y una.
La historia de Ray no sólo se centra en el corto, pero intenso, período de vida de la formación al completo, sino también en la perdurabilidad del recuerdo grabado a fuego e imborrable de las composiciones que les hicieron inmortales. Continuó, junto con Krieger, llevando las música de The Doors por todos lados, aunque no pudiendo enarbolar el nombre original de la banda por cuestiones legales.
Todos los temas poseían algo hipnótico. Cuando no era la voz aguardentosa de Morrison que se dejaba arrastrar por entre la partitura de forma totalmente libre, era la guitarra de Krieger que progresaba apoderándose de tu oído casi sin darte cuenta, o la batería de Densmore que participaba activamente de los desarrollos casi psicotrópicos del resto de componentes. Pero, si hay un instrumento que verdadeamente plasmaba un sonido característico y psicodélico era el teclado de Ray Manczarek. En muchos medios de comunicación se ha recordado, y hecho hincapié, en el hecho de que la banda no poseía bajo, característica diferencial del cuarteto, pero de esas cuestiones se encargaba magistralmente Ray con su teclado. No hacía falta bajista.
Eran años explosivos, en los que se vivía de manera intensa y deprisa, probando de todo y de todos. Hay un documento gráfico que,a mi modo de ver, dramatiza bastante bien lo que se tuvo que sentir en aquella época, viéndolo bajo los ojos de un auténtico admirador de la formación californiana, como es Oliver Stone. Estoy hablando de la película que el director realizó sobre la vida y milagros de The Doors, centrada como no podía ser de otra forma en la auténtica figura, histriónica a ratos, del inconmensurable Jim Morrison. Pero no olvidemos que el resto de compañeros estuvieron ahí, en lo bueno y en las muchas malas situaciones vividas. Quizás de los personajes que pasan más discretamente por delante de la biografía es precisamente Ray Manczarek, profundamente profesional, músico buscador y muy seguro de cuál era el camino que se debía seguir.
Con The Doors, alcanzó el cielo y el infierno. Ahora, somos nosotros los que, una vez más, nos hemos quedado algo más huérfanos al irse una parte importantísima de la historia musical, e incluso personal, de más de uno y una.
Muy bueno.
ResponderEliminarDebió ser difícil para Manzarek y Krieger soportar el desdén que tenía por el dinero John Densmore. Desechó bastantes veces contratos multimillonarios para la reunificación de The Doors. Esto cada vez es más "rara avis" ¿no crees?
Muchas gracias, me alegro estar a la altura.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que es muy difícil encontrarse gente que no sienta apego por la pasta, sobre todo en un mundo tan megalómano como el de la música. Los principios que se tienen de joven se tornan al ir creciendo. Ejemplos de ello hemos tenido a puñados, aunque eso no quita para admitir que "no hay mal que por bien no venga"...en algunos casos.