Tinieblas, por fin (Marxophone), es el satírico título del flamante nuevo álbum de The New Raemon.
Nueve composiciones para las que se ha tomado algo más de tiempo, frenando su actividad creativa que le llevó a publicar once discos en diez años, para dotarlas de arreglos más elaborados y empapelarlas con letras llenas de ira o desasosiego por la época vivida. El comienzo con Risas enlatadas otorga una dulce introducción al sarcasmo que encierra la obra y la ira que, rápidamente, se ve desbordada por la inquietante y breve Tinieblas, por fin, canción que da título al disco y que inicia con un ritmo que recuerda al Take me out de Franz Ferdinand.
Con Galatea se hace eco de la leyenda del rey Pigmalion y su búsqueda de la mujer perfecta a quién amar, la cuál esculpe con sus propias manos y se hace de carne y hueso por obra y gracias de la diosa Venus. La ofensa descubre el daño que se puede realizar con las palabras, a veces sin necesidad de hacerlo, con un estribillo sobre una base musical muy Interpol y, siguiendo con paralelismos grupales, el ambiente oscuro y opresivo de Casa abandonada está guiada por un ritmo de percusión tipo The Cure. Con Centinela se desarrolla cierto toque sureño, con la armónica como base principal, y da paso al que ha sido el tema presentación del álbum y, sin duda, la pieza más enérgica y álgida del mismo, Marathon Man. La simulada carrera en la que todos nos vemos metidos sin quererlo hacia un final nada halagüeño, con todas las hipocresías que nos encontramos por el camino.
Para terminar, las dos últimas canciones se pueden enlazar a modo de suite ya que Grupo de danza epiléptica y Devoción se pueden interpretar como las dos partes consecutivas de una relación personal, en la que el tiempo y el sonido implacable del tic-tac del reloj pone punto y final a todo.
Un trabajo lleno de inquina y crítica hacia los comportamientos humanos dentro de una sociedad llena de convencionalismos, en el que los arreglos de viento y cuerda más elaborados le dan una consistencia mayor, si cabe, y ponen de manifiesto una madurez artística que Ramón Rodríguez ha desarrollado con el paso de los años.
Con Galatea se hace eco de la leyenda del rey Pigmalion y su búsqueda de la mujer perfecta a quién amar, la cuál esculpe con sus propias manos y se hace de carne y hueso por obra y gracias de la diosa Venus. La ofensa descubre el daño que se puede realizar con las palabras, a veces sin necesidad de hacerlo, con un estribillo sobre una base musical muy Interpol y, siguiendo con paralelismos grupales, el ambiente oscuro y opresivo de Casa abandonada está guiada por un ritmo de percusión tipo The Cure. Con Centinela se desarrolla cierto toque sureño, con la armónica como base principal, y da paso al que ha sido el tema presentación del álbum y, sin duda, la pieza más enérgica y álgida del mismo, Marathon Man. La simulada carrera en la que todos nos vemos metidos sin quererlo hacia un final nada halagüeño, con todas las hipocresías que nos encontramos por el camino.
Para terminar, las dos últimas canciones se pueden enlazar a modo de suite ya que Grupo de danza epiléptica y Devoción se pueden interpretar como las dos partes consecutivas de una relación personal, en la que el tiempo y el sonido implacable del tic-tac del reloj pone punto y final a todo.
Un trabajo lleno de inquina y crítica hacia los comportamientos humanos dentro de una sociedad llena de convencionalismos, en el que los arreglos de viento y cuerda más elaborados le dan una consistencia mayor, si cabe, y ponen de manifiesto una madurez artística que Ramón Rodríguez ha desarrollado con el paso de los años.
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