Reconozco que no me cae bien Joaquín Sabina. Me cargan el bombín y la voz que se imita a sí misma, y ese permanente estado de felicidad pretendidamente tóxica. Pero me acordé de una canción antigua y rebusqué sus primeros discos. El primero "Inventario" tenía claras influencias de los cantautores cubanos, aunque en algunas canciones ya demostraba bastante personalidad, como en La balada del quinielista o el Romance de la dama y el pastor. Y luego llegó el segundo, un disco que desprendía una enorme melancolía. Comentando con amigos qué les diríamos a nuestros hijos sobre qué fueron los ochenta alguien dijo que les pondría la canción Pacto entre caballeros (esa historia sobre tres chorizos que atracan y se van de farra con Sabina), yo pondría Qué demasiao, con su maravilloso comienzo ("macarra de ceñido pantalón, pandillero tatuado y suburbial, ... ).
Aquel disco era un auténtico tesoro: Calle melancolía, Pongamos que hablo de Madrid, Qué demasiao, Círculos Viciosos, y esta maravillosa Gulliver, sobre la mediocridad, la envidia y el rechazo a los que sacan los pies del tiesto.
Luego vendría La Mandrágora, disco que escuchamos unas mil veces, y gracias al que muchos descubrimos al irrepetible Javier Krahe, ahora objeto de polémica por una canción que habla de religión sin el debido respeto. El sentido del humor de este hombre siempre me ha parecido sublime.
"la erección no estuvo mal, satisfizo al personal"
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