A estas alturas de la película, no voy a descubrir nada nuevo de Lana del Rey que no se haya dicho, pero si me gustaría descubrírsela a quién aún se resiste a conocerla. Ahora que parece que todo ya se ha calmado, tomo la palabra.
No hay duda del gran fenómeno mediático que ha resultado ser, con una burbuja que se ha ido inflando a base de circular por los circuitos no convencionales hasta que, sin darte cuenta, se presenta en la puerta de tu casa con un álbum debut de factura exquisita, mezcla entre la grandilocuencia de Florence and the Machine en "Radio", jugando con el new age o sonido ambiente a lo Loreena McKennitt en "Video Games", profundidad vocal como PJ Harvey en "Blue Jeans", o coqueteando con el jazz pop de mediados de siglo pasado en "Million Dollar Man".
Pero, empecemos por el principio y degustemos "Born to Die", demostración de los registros a los que puede llegar con sus cuerdas vocales. No derrocha potencia, pero le sobra intensidad y sensualidad. Una estética que está bailando entre mujer anclada en su perfecto matrimonio americano de los 50, probablemente con alguien de la armada, y toy doll pícara aspirante a Lady Gaga. Melena larga, ondulada y cubierta de laca acompañando labios "de pato", como Julia Roberts (quizás más exuberantes).
Parece que no, pero la imagen unida al sonido resulta provocador.
Lo más inquietante es que esta mujer ha sabido situarse en el lugar óptimo para ser catalogada artista "indie" o artista "mainstream", según quién la invoque. En mi modesta opinión, antes de darle calificativos, lo primero que hay que hacer es escuchar su trabajo y después, en la soledad del sillón, pensar en lo que te ha sugerido.
Sube el volumen y escucha "Dark Paradise", una de mis preferidas. ¿Qué te sugiere a ti?
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