Pablo Pérez-Mínguez, uno de los fotógrafos de la Movida madrileña y profesional de reputada trayectoria, nos dejó hace unos días. Se suma así a la lista, que comienza a ser larga, de personalidades insignes de una época en la que casi todo valía.
Con su objetivo fue un auténtico reportero de lo que sucedía en el meollo del asunto, teniendo la fortuna de atrapar a miembros ilustres de un movimiento cultural de libertades nunca conocidas hasta el momento (y que, en los tiempos que estamos, me parece que vamos a dejar de conocer). Como una de esas expresiones, Pérez-Mínguez Poch, además de ser cofundador de revistas como Nueva Lente (1971), promovió proyectos como el Photocentro o el Fotomuseo, edificios dedicados a la fotografía tan escasos de aquellas. Su vinculación y compromiso con la Movida fue temprana y duradera, hasta el punto en que en su estudio se realizaron, por ejemplo, escenas de la película de Pedro Almodóvar Laberinto de pasiones, pero su especial manera de retratar a los protagonistas de la época lo caracterizó, llevándole a realizar famosas exposiciones como Vírgenes y Mártires, en 1983.
Creo que la mejor manera de hacerle un homenaje es hablar de su obra.
Creo que la mejor manera de hacerle un homenaje es hablar de su obra.
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