Mi compinche y doctor en todo lo referente a Pink Floyd escribió sobre el último concierto de Roger Waters en Madrid, así que leed su entrada (de igual título que ésta) porque allí está la opinión de un verdadero experto.
Yo añadiré pocas cosas, que a mi juicio fueron importantes. Por peripecias de la vida tuvimos que ocupar las localidades más alejadas del escenario, lo que hizo aparecer en mi mente al fantasma de la reverberación. Pero claro, allí estaba el mago Waters para conseguir que todo tuviera un sonido cristalino. No sé si fueron las pantallas antirruido que había colgadas del techo, o un estudiadísimo y probadísimo equipo, el caso es que en lo alto del Palacio de Deportes se escuchaban todos los detalles del show con una claridad muy de agradecer.
Segunda, los adelantos técnicos creo que han venido muy bien al montaje: las proyecciones sobre el muro son muy precisas, el montaje del muro es espectacular, los movimientos del sonido de un lado al otro de la sala aportan sus detalles, etc. Y todo, no olvidemos, manejado por un perfeccionista nato.
Y tres, el castigo psicológico de la última parte del concierto hay que vivirlo para conocerlo. La sucesión de imágenes amenazantes y agresivas sobre un simple muñeco de dibujos animados, junto con una apisonadora de sonido opresivo y claustrofóbico tras dos horas de canciones que rezuman mala leche y autocrítica, hace que uno respire aliviado cuando cae el muro.
Un espectáculo catártico del que salen personas distintas a las que entraron. Mucho más despiertas.
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